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Foto del escritorMariona Borrull

DEATH NOTE e INUYASHIKI: Light y Shishigami, dos villanos del siglo XXI

Pocos días después del lanzamiento de Inuyashiki, nos planteamos la vigencia de Hiro Shishigami como villano hecho a medida a los miedos sociales que nos acechan desde que, hace casi diez años, entramos en la segunda década del siglo XXI. Para ello, compararemos su perfil con el del otro gran asesino juvenil de nuestros tiempos: Light Yagami, de Death Note, convertido ya en icono popular, tan memorable como odiado desde que en 2003 encontrase una misteriosa libreta en las páginas de la Weekly Jump.


Hiro Shishigami en 'Inuyashiki'
Hiro Shishigami en 'Inuyashiki'

Empezamos tirándonos a la piscina. Si Light Yagami fue el antagonista por excelencia de la década pasada (–olvidaos del Joker, we’re talking Japan here–), Hiro Shishigami lo es de la nuestra. Una suposición a priori arriesgada, que sin embargo encuentra en las principales habilidades y sesgos morales de estos dos caracteres la confirmación de una herencia que, aun involuntaria, no deja de pender entre ambas series. Para empezar, porque ambos a) son jóvenes atractivos, intelectualmente impermeables y problemáticos en su relación con los demás; b) están hechos unos auténticos psicópatas, sean cuales sean sus objetivos a largo plazo; c) disponen de una habilidad que les permite matar sin mancharse las manos.


Es en este punto donde recae toda la fuerza del argumento al favor de la contemporaneidad exacerbada de Shishigami por encima de Light, «padre» del más reciente arquetipo antiheroico japonés (el manga original de Death Note discurrió entre 2003 y 2006, mientras que Inuyashiki llega en 2014 hasta 2017). Mientras que ambos personajes, en su pulcra frialdad, encarnan la imagen del joven ejemplar consumido por su propia ambición –tema que daría para algunos artículos más–, hay una diferencia radical entre lo que ambos estudiantes pueden hacer, y lo que no.


Light Yagami en 'Death Note' (2006)
Light Yagami en 'Death Note' (2006)

Light, por su parte, necesitaba dos datos esenciales para poder acabar con alguien: el nombre completo y la imagen o el recuerdo de su fisonomía. Dos componentes imprescindibles para un asesinato concreto, personalizado, que denotaba un miedo muy acotado a un tiempo determinado: el pavor, justo después del inicio del siglo, a que la tecnología que no había protagonizado el apocalipsis el 31 de diciembre de 1999 pudiese servir, no tanto de agente del caos sino más bien de medio, de herramienta, para individuos con intenciones más oscuras. Hablamos del miedo a la intromisión en nuestra vida personal –en la pequeña parcela que todos tenemos en internet, por ejemplo– de perfiles invisibles y lejos de nuestro alcance que, sin embargo, por esta incorporeidad eran aún más peligrosos que un ladrón al uso. Fue este miedo a la violación de la privacidad, de la seguridad en una red aún acabándose de gestar e implantar, que impulsó una primera ola de títulos que abordaban internet como un terreno incontrolado, una oscura tierra de nadie. Así, coincidiendo con los primeros tiempos de los Captcha, el cine se inundó de historias tan de culto como la de Pulse (Kiyoshi Kurosawa, 2001), hija de The Ring (Hideo Nakata, 1998), y de auténticos al estilo de .com for Murder (Nico Mastorakis, 2003), donde un asesino invadía la vida de las personas con las que chateaba en línea.


'Pulse' (Kiyoshi Kurosawa, 2001)
'Pulse' (Kiyoshi Kurosawa, 2001)

El miedo a las repercusiones de exponer la información personal en la noche que era (y es) internet tenía en Light, un asesino que solo requería de un nombre y una cara para manipular de las formas más macabras a la persona que iba a morir, uno de sus representantes más claros. Más allá de la frontera japonesa, hemos ido asimilando e incorporando la narrativa del intruso cibernáutico en un imaginario que ya ha puesto a sádicos, a fantasmas, a doppelgängers o incluso al Diablo al otro lado de la pantalla. Sin embargo, a finales de la segunda década del siglo XXI y al ritmo en el que se suceden los avances en materia tecnológica, Light Yagami ya no da vida a un intruso malhechor al pleno orden del día, por mucho que –efectivamente– nos parezca un villano insustituible.


Light y Ryuk en 'Death Note'
Light y Ryuk en 'Death Note'

En cambio, por aquello de que el alumno supera al maestro, Hiro Shishigami parece un perfil idóneo para ocupar su lugar. Antes de argüir por qué, es interesante y esclarecedor (como mínimo) echar una ojeada a esta gráfica, que pone en imágenes las filtraciones de datos masivas que ha habido en todo el mundo durante la última década. Ante un panorama tal –sumando la intervención alarmista de los medios de comunicación–, la pesadilla del intruso como alguien que se infiltra, persona por persona, en la intimidad de sus víctimas ya no resulta candente, ya no resuena en las tripas de nuestro imaginario social. Por ello, un asesino que tiene que memorizar caras y nombres, aunque trabaje en cadena como Light, queda pronto descatalogado, relegado con la facilidad con la que se puede acceder a toneladas de contraseñas con un solo click.


Hiro Shishigami en 'Inuyashiki'
Hiro Shishigami en 'Inuyashiki'

Para Shishigami, organizar una auténtica matanza solo cuesta lo que ponerse delante de la cámara y hacer «bang». Más allá de las horas invertidas por el «pobre» Yagami ideando estrategias asesinas y escondiendo trozos del diario en sus ropas y accesorios, el antagonista de Inuyashiki solo necesita de un gesto para acabar con alguien: ni siquiera debe tener un objetivo claro, ni debe conocer a su víctima. Con que esta lo vea, queda todo resuelto. Shishigami, como veréis en Inuyashiki, es un asesino holográfico; se encuentra ausente del escenario del crimen, pero imprime su (sangrienta) presencia a través de la imagen. Se trata de un asesinato limpio, cómodo, al alcance de la mano –más cercano a los gestos que hacemos a diario en nuestra interacción con los smartphones que su perpetración «real»–.


Con ello, el miedo ha pasado desde los intrusos cibernautas a el medio como tal; es decir, lo que nos asusta ya no es la persona con malas intenciones detrás de la pantalla, sino la propia pantalla. La posibilidad de ser víctima de un acto homicida tan masivo como gratuito. Y he aquí la pregunta. Teniendo en cuenta que Japón siempre va por delante del resto del mundo en cuanto al cine fantástico –por lo menos en cuanto a tendencias tecnófobas se refiere–, si ha aparecido un antagonista como Shishigami, ¿cómo serán nuestros villanos del futuro?



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