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OTROS ZATOICHIS: Cuatro películas para revivir el clásico

Actualizado: 17 sept 2019


Zatoichi, el temible y carismático ronin de la cinematografía japonesa, renace más brillante que nunca en nuestras pantallas. El personaje, creado originalmente como secundario en una novela de Kan Shimozawa, conocería la fama gracias a las 25 películas y la serie que el actor Shintaro Katsu protagonizaría para el estudio Daiei (ahora, parte de Kadokawa) desde 1962 hasta 1989. Sencillo, taciturno, pero con unos sentidos y velocidad sobrenaturales, Katsu no solo dedicó su vida artística a interpretar al espadachín; también ayudó a crear un mito. Un icono que tenía las facciones, la voz y los ademanes del actor y que difícilmente encontraría parangón alejado de él.


Por eso, cuando a Takeshi Kitano le llegó el encargo (el primero y único de su filmografía) de reinterpretar el personaje, este decidió que la única forma de salir bien parado era reinventarlo de cero. ¿Cómo? A través de elementos que, aunque presentes en algunas de las aventuras del Zatoichi clásico, no habían sido explorados del todo, y mucho menos con el desparpajo genérico que Kitano sabe imprimir en sus obras. Aderezos como salidas cómicas, pasajes musicales y personajes (más que) singulares eran ahora el corazón de la historia, que huía de lo épico para crear otra capa para el personaje que, aun así, resultase absolutamente nueva.

Veamos qué películas podrían inspiraros a encontrar las diferencias que el film de Kitano escaba con respecto a sus predecesoras. Aunque, si estáis verdaderamente interesados en el tema, os recomendamos que leáis el extenso análisis que Mike Hostench, subdirector del Festival de Sitges, ha escrito al respecto (disponible en forma de libreto para la versión en DVD y Blu-ray de la película).




1. Dororo (Akihiko Shiota, 2007)

Año 3048. Tras décadas de enfrentamientos, el señor de la guerra Daigo Kagemitsu llega a un pacto con los demonios: el poder para conquistar el mundo a cambio del cuerpo de su hijo. Veinte años después, una ladrona llamada Dororo conoce a un misterioso joven, Hyakkimaru, quien viaja por todo el país matando demonios para recuperar su cuerpo. Juntos se embarcarán en una aventura fantástica con un objetivo común: la venganza.


¿Cómo no empezar esta lista con uno de los clásicos indiscutibles del género de samuráis? El personaje, creado por Osamu Tezuka en los años sesenta, no tiene a priori nada que ver con la historia de Zatoichi, donde no hay elemento sobrenatural alguno y donde el protagonista está muy lejos de ser un apuesto joven físicamente bien dotado. En cambio, el espadachín ciego sí comparte con Hyakkimaru la compañía de una ladrona que tira a andrógina, un espíritu calmado que esconde una fiereza indómita y el viaje de venganza que emprenden juntos. Son dos ronin, al fin y al cabo, que lo darían todo para ayudar a aquellos que de verdad lo necesitan. Ambas películas aúnan, también, éxito de público y de crítica –acallando por igual aquellos descreídos que las acusaron de no poder igualar a sus referentes.




2. La trilogía de Kenshin, el guerrero samurái (Keishi Otomo, 2012-14)

Kenshin Himura (Takeru Sato) es un famoso samurái conocido por su destreza con la katana y su frialdad a la hora de matar. En el pasado estuvo al servicio de los Ishin Shishi, un grupo de patriotas que luchaban para devolver el poder al emperador, librando cientos de batallas y cobrándose muchas vidas. Pero tras terminar todos los enfrentamientos jura no volver a matar y decide pasar al anonimato para dedicarse a viajar por el país como un vagabundo, ayudando a quien lo necesite como penitencia por todas las muertes que provocó. Diez años después, en 1878, Kenshin llega a Tokio donde conoce a Kaoru (Emi Takei), quien le invita a quedarse en su dojo hasta que decida volver a vagabundear. Sin embargo, el pasado que Kenshin intentó dejar atrás pronto volverá para cobrarse venganza contra él.


Salvando las distancias, la trilogía de Kenshin es un hijo de Zatoichi, pero con un aire mucho más grave y épico que la versión de Kitano. Si queréis adentraros en el personaje desde la óptica de Katsu pero la cantidad de entregas que el actor firmó os abruma, estas tres bombásticas películas pueden ayudaros a poneros a tono para intentarlo. Creado a mediados de los noventa por Nobuhiro Watsuki, el espadachín pelirrojo personifica un fiel retorno al romanticismo del ronin ambulante, estoico, fiel y honorable como pocos. No es de extrañar, pues, que Kenshin haya encontrado, como sus predecesoras, su propio podio como referente indiscutible de la cultura popular. ¿Quién no recuerda esa cicatriz, marcada en la mejilla del ducho samurái?




3. Oldboy (Park Chan-wook, 2004)

Dae-su (Choi Min-sik), un irresponsable padre de familia aficionado al alcohol, es abducido en plena borrachera por un grupo criminal misterioso que regenta una prisión clandestina. Desconocedor de las razones de aquella condena por encargo, Dae-su pasará quince años encerrado en una celda especialmente diseñada para elevar su tormento psicológico hasta el paroxismo. Un buen día, es liberado por sorpresa en plena calle. Perdido en una sociedad que le es totalmente ajena y hostil, transformado en un despojo humano, sin familia, amigos ni trabajo, desde ese momento su objetivo será vengarse de aquél que le robó su vida.


Dae-su no lleva espada, ni tampoco es ciego, y su historia pasa unos cientos de años después de la de Zatoichi. Pero el reguero de sangre que ambos protagonistas dejan a sus espaldas es grande, imborrable. Kitano ha expresado en más de una ocasión (como, por ejemplo, en una entrevista exclusiva de nuestra edición) que su imagen del personaje es más parecida a la de un villano que a la de un héroe tradicional, pues el ronin engaña y asesina a cualquier persona que pueda ponérsele por delante. Asimismo, Dae-su no tiene reparos en abrirse paso a martillazos hacia una verdad que quizás no deba descubrir. Dos historias de violencia, y de violencia convertida en espectáculo, perpetradas por individuos con los que quizás no sea bueno juntarse.




4. Dolls (Takeshi Kitano, 2002)

Unidos por un lazo rojo, Sawako y Matsumoto vagan en busca de un sentimiento que quedó perdido en el tiempo. Hiro, un jefe yakuza, rescata del abismo de su memoria pequeños recuerdos de la mujer que abandonó por alcanzar su sueño. Y Haruna, una excantante de pop, medita sobre su belleza perdida en la orilla del mar, observada de lejos por Nukui, el único fan que no la ha olvidado. Tres historias de amor imperecedero.


​Toda ocasión es buena para recomendar la que para muchos es la obra cumbre de Kitano, pero la razón por la que no podemos dejar de reverenciar esta película a la hora de escribir sobre Zatoichi – con la que apenas tiene que ver argumentalmente– es más difícil de explicar. Takeshi Kitano siempre ha tratado con individuos solitarios, inexpresivos y profundamente melancólicos, desde Sonatine hasta Outrage 3 o Brother, pasando por auténticos clásicos de la talla de Hana-bi (Flores de fuego). Todas ellas, enmarcadas en un tiempo y espacio estrictamente contemporáneos, caracterizados por la constante presencia de deslugares y otros espacios de modernización deshumanizada, y a la vez por un tempo que se encuentra muy lejos del apresurado ritmo de las películas de yakuza corrientes. Sin embargo, Dolls constituye la única (otra) indagación de Kitano fuera del más estricto aquí y ahora: un estudio en profundidad del imaginario japonés más sincrético y arraigado en la cultura del lejano Oriente. Desde la cuerda que une a los enamorados, pasando por los rojísimos arces y las marionetas del teatro bunraku, todo en la película evoca otro tiempo y espacio: un Japón ideal, perdido en lo descreído de la sociedad actual, antimitológica y definitivamente al borde del abismo.


Si bien Zatoichi guarda el filo trágico y se acerca mucho más a la comedia de lo que cualquier espectador pensaría al ver Dolls, el trabajo con el imaginario perdido de Japón es una de las facetas menos evocadas cuando pensamos en Kitano, por lo que es aún más interesante de descubrir y reivindicar –ya sea con films de puro entretenimiento como Zatoichi o en obras de autor absolutamente descarnadas del estilo de Dolls–.


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